miércoles, 9 de marzo de 2011

El Taitanik

Todo comenzó un día en la carretera rumbo al DF, poco antes de llegar a la caseta de Zinapécuaro.
- Mira que sucio está el lago de Pátzcuaro - dijo Anatoly.
Vlada lo miró con desdeño.
- Ése no es el lago de Pátzcuaro.
- ¿Cómo de que no? Ése es Pátzcuaro.
- Pero por supuesto que no es Pátzcuaro. Ése es el lago de Cuitzeo.
- ¿De qué?
- Cuitzeo.
- Jamás he oído hablar de ese.
- Pues ahora ya lo sabes.
- Pero no es cierto, yo estoy seguro que ése es Pátzcuaro...
La disputa nos entretuvo casi hasta llegar a la gasolinera de Maravatío, donde ya nos conocen porque siempre paramos ahí. Desde ese día, siempre que pasábamos por el lago Anatoly decía:
- Pero mira, ¡se parece muchísimo al lago de Pátzcuaro!
- ¡Que te estoy diciendo que...!
- Sí, sí, ya sé que es Cuitzeo, pero digo que se parece.
- Pero tú no conoces Pátzcuaro.
- ...no.
- Un día debemos ir.
- OK.

Ese día llegó el pasado mes de Agosto. No pudimos haberlo escogido mejor porque el lugar prácticamente se estaba inundando. La noche anterior la habíamos pasado en un hotel sin luz (o sea sin tele y sin internet). Nuestro plan de rentar cuatrimotos se desplomó junto con el cielo que se estaba cayendo.
Cuando la lluvia bajó un poco decidimos ir al muelle, compramos Corundas (deliciosas, sólo en Pátzcuaro encuentra uno de esas), y nos subimos a comerlas al primer bote que salía rumbo a Janitzio.
Aquí vale la pena describir la embarcación: un bote largo, techado, con ventanas a los lados y dos pequeñísimas al frente. Lo que más nos llamó la atención es que el timón (y el capitán) se sitúa prácticamente hasta atrás y, dado que en cuanto comenzamos nuestro viaje la lluvia regresó con nuevas fuerzas, todas (sí, todas) las ventanas laterales fueron cubiertas con cortinas medio improvisadas de tela gruesa y oscura, obstruyendo así cualquier posibilidad de ver hacia afuera. Entre el capitán y las dos pequeñas ventanas del frente (completamente empañadas) también había una serie de obstáculos, incluyendo un señor parado con su guitarra cantando corridos majaderos, y como la cuarta parte de los pasajeros del barco, parados, bailando. De qué manera podía ver el capitán el rumbo y los obstáculos en el camino, permanece siendo un misterio.


Milagrosamente el trayecto transcurrió de forma "normal" y estábamos casi llegando a la isla de Janitzio, cuando nos dimos cuenta de que algo andaba mal: el barco no frenaba. El capitán esperó el momento adecuado para meter la reversa y hacer que el barco se estacione correctamente en el muelle, pero cuando jaló la palanca se oyó un ruido extraño y nos dimos cuenta de que la reversa no funcionaba. Nos acercábamos cada vez más a la isla y era evidente que nos íbamos a estrellar. El capitán giró a la izquierda cuanto pudo y, cual famoso Titanic, expusimos nuestro flanco derecho a las furias de la materia dura.
El impacto fue fuerte. Todos brincaron, muchos exclamaron, algunos se rieron. Cuando el efecto pasó nos dimos cuenta que estamos varados en medio del agua a unos cuantos metros del muelle pero a más distancia de la que alcanzaría un soga para acercarnos. El capitán quitó un par de las tablas sobre las cuales estaba parado, revelando un pequeño pozo en el fondo del barco (la maquinaria). Como no había luz y allá abajo todo estaba completamente oscuro, las personas de alrededor sacamos nuestros celulares para iluminarle al mecánico improvisado. Después de unos minutos el ingenio humano triunfó sobre los azares del destino y la reversa funcionó propiamente, dejándonos sanos y salvos en tierra.


PS. De haber sabido que uno de los significados de Janitzio es "lugar donde llueve", hubiéramos venido más preparados.

sábado, 5 de marzo de 2011

Dudley Moore

Se necesitan muchas cualidades para armar un show como éste:


O éste:


Y no se necesita saber inglés ni alemán para reírse de éstos: